Cuando el peso de la vida parece insoportable, y el camino se oscurece, es natural que el ser humano busque refugio en la queja, en la negación. «No se puede», decimos, como si estuviéramos destinados a la derrota. Sin embargo, olvidamos algo fundamental: no estamos solos en nuestras luchas. Hay una fuerza más allá de nuestras limitaciones humanas que nos sostiene. Esa fuerza es Cristo, que en su vida nos mostró que, con fe y voluntad, los obstáculos más grandes pueden convertirse en oportunidades para crecer y transformar nuestro espíritu.
Jesús, en su paso por la tierra, enfrentó los desafíos más grandes que cualquier ser humano pueda imaginar. Fue incomprendido, traicionado, y finalmente llevado a la cruz. Sin embargo, en cada uno de esos momentos, nunca se rindió, nunca perdió de vista el propósito más alto que Dios había puesto en su vida. Con su sacrificio, nos enseñó que incluso la cruz, el símbolo más terrible del sufrimiento, podía convertirse en un signo de redención y victoria. Si Cristo pudo cargar con su cruz, ¿cómo no podremos nosotros cargar con las nuestras, sabiendo que Él camina a nuestro lado?
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Nos encontramos con barreras que parecen insuperables, pero en la fe cristiana encontramos la promesa de que «todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13). Esa no es una promesa vacía, sino una invitación a confiar en que Dios obra a través de nuestras debilidades, transformando cada dificultad en una oportunidad para depender más de Él, para crecer en humildad y perseverancia. Los obstáculos son una prueba de nuestra fe y una oportunidad para aprender a ver más allá de nuestras fuerzas humanas, hacia lo que Dios quiere realizar en nosotros.
El «no puedo» es una mentira que el enemigo siembra en nuestro corazón para paralizarnos, para alejarnos de la confianza en Dios. Sin embargo, en la oración encontramos la claridad y la fortaleza para decir: «Sí puedo», porque no es en nuestras fuerzas, sino en las de Dios, donde encontramos el verdadero poder. Cristo, en su infinita misericordia, nos invita a dejar de lado la queja y la negación, y a abrazar con valentía el camino que tenemos por delante, sabiendo que, aunque difícil, nos llevará a un bien mayor.
Convertir los obstáculos en oportunidades es también una cuestión de fe. Es ver en cada desafío una cruz que, lejos de ser una condena, es un puente hacia una vida más plena, más cercana a Dios. Jesús nos dijo que «en el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16:33). Confiar en esa promesa nos permite mirar más allá de las dificultades temporales, con la certeza de que cada prueba es una oportunidad para ser más semejantes a Cristo, quien nos mostró que la victoria está en la entrega y el amor.
El acto de abandonar la queja y la negación es, en última instancia, un acto de fe en la providencia divina. Es reconocer que, aunque no podemos controlar todo lo que nos sucede, Dios tiene un plan perfecto para cada uno de nosotros, y que los caminos difíciles son a menudo los que nos llevan más cerca de Él. Al igual que Jesús aceptó su destino con obediencia y amor, nosotros también estamos llamados a abrazar nuestras dificultades con la confianza de que, en el poder de Dios, todo es posible.
Así, cuando decimos «Sí se puede», lo hacemos no porque confiemos en nuestras capacidades humanas, sino porque confiamos en el poder transformador de Cristo. Y esa confianza nos impulsa a levantarnos, a caminar con fe, sabiendo que, en todo momento, Él está con nosotros.